Destejiendo La 13

Crónica sobre el desplazamiento forzado de Miryam Rúa, lideresa social de la comuna 13 de Medellín, en los años del terror paramilitar

La puerta de la casa de Miryam estaba cerrada desde adentro y la abrieron de una patada. Despertó asustada. Era el miedo más grande que tenía cuando se encontraba sola con sus tres hijas pequeñas. La angustia había llegado al inconsciente. El miedo impregnaba todo.

Desde hacía muchas semanas la gente murmuraba sobre la llegada al barrio de los paramilitares. Incluso jugaban con el asunto, confiados. Hasta que un día llegaron. Asesinaron a 4 integrantes de la familia Paniagüa (abuela, papá, mamá, hijo), en el sector San José, de San Javier La Loma, llegando al corregimiento de San Cristóbal. Y pintaron la casa con sus siglas de terror:

AUC

Bloque Cacique Nutibara

En este sector de casitas apeñuscadas unas con otras, separadas por interminables escalinatas, aferradas con malicia a la pendiente, esa pesadilla con botas pantaneras se hizo realidad.

Después tuvo otra pesadilla: Miryam llegaba al barrio, caminaba hasta su casa con el temor de estar siendo perseguida, desde afuera veía la puerta forzada. Había regresado en las brumas del sueño para recoger sus cosas: ropa para sus hijas, fotos, papeles, pues tuvo que salir dejándolo todo. Llegó clandestinamente, pues no podían saber que estaba en el barrio, los paracos podían retenerla y desaparecerla. Agarró algunas cosas, sobre todo ropa y salió por la parte de arriba del barrio. Sentía que la perseguían para no dejarla llevarse nada.

En su inconsciente tuvo el valor que no había tenido despierta.

–¿Nunca fue por nada? –le pregunto.

–No –responde desde la silla donde llevamos casi una hora de entrevista.

–¿Y qué era lo que más le hacía falta?

–Más que todo lo de las niñas, porque ellas tenían que seguir estudiando. Tuvimos que conseguir nuevos uniformes. Todas esas fotos. Más que todo quería recuperar las fotos, los electrodomésticos no tanto, sino lo de las niñas y las fotos, el álbum, todo los recuerdos de muchos años.

Unos días después de haber tenido que dejar el barrio, una vecina la llamó y le contó que los paramilitares se estaban llevando sus cosas, en costales. Cuando la vecina vio la posibilidad fue hasta allí y recogió del suelo un par de fotografías de las hijas de Miryam, de un paseo a la costa, después se las entregó.

Fue todo lo que pudo rescatar.

–Pero se ven sucias, rayadas, como cuando las tiran al piso y las pisotean.

El sueño de la casa propia

Ciudad de Medellín, Comuna 13. Vemos una serie de morros llenándose de casitas de tabla. Casi podemos escuchar todavía el martillar de quienes han llegado a invadir, alquilar o comprar, ya sea procedentes de un pueblo de Antioquia, del Chocó, o de otra parte del país. Un poco más arriba las montañas se empinan y se deja de ver el ancho Valle de Aburrá. Las quebradas se encañonan entre guaduales y hay unas pocas casas campesinas conectadas por caminos destapados, entre cultivos de café y rastrojo.

Miryam llegó por allí con su primer esposo, Jorge Vélez, en el año 1989, y la primera hija todavía bebé. No era un barrio, era una vereda junto a la carretera que iba desde Medellín hasta el corregimiento de San Cristóbal, al suroccidente de la ciudad. A Miryam le gustó siempre el campo, antes vivían en una casa alquilada en la vereda Santa Helena, sobre la montaña oriental que bordea la ciudad de Medellín. Allí trabajaron haciendo y vendiendo turrones y recogieron dinero para comprar una casita propia. Eran ordenados y ahorradores.

Un fin de semana cualquiera se fueron a buscar por la vía a San Cristóbal y una señora les ofreció una casita de campo construida en tapia, muy alta, con un solar que daba a los cafetales empinados. Casi no tenían vecinos. Apenas les costó 650 mil pesos. Era la casa materna de la familia, tenía varias décadas de haber sido construida. Al lugar sólo podía llegarse por la parte de arriba, desde la vía a San Cristóbal. Hacia abajo solo había mangas sin conexión con el resto de la Comuna 13. Estaba todo por hacer, los caminos eran de barro y piedra, bordeados de matorrales.

Un día de 1991 su marido Jorge salió con los turrones, él era el que hacía los repartos y recogía el dinero. No regresó.

Ocho días después apareció muerto por el puente de El Boquerón, la vieja vía hacia Santa Fe de Antioquia. Le dieron un tiro en la frente y lo golpearon fuertemente quebrándole los dientes.

Tras la desmovilización del M19 fue el destino de muchos de sus ex militantes.

Una juventud rebelde

Miryam Rúa estuvo desde niña cerca del movimiento político de la ciudad de Medellín. Su padre era un negro del norte del Valle de Aburrá, entre Girardota y Barbosa, jubilado del Ferrocarril de Antioquia. Su madre era una profesora de escuela, del municipio antioqueño de Liborina.

Aunque su papá era conservador no impidió que sus hijos se metieran a las juventudes comunistas. Había un fervor rojo en Colombia, luego de la revolución cubana. Una ola de excitación rebelde recorría el mundo entero. A Miryam sus hermanos mayores la metieron en el grupo de niños, llamado en ese entonces Pioneros, creado por el Partido Comunista (PC) de la ciudad de Medellín.

Parásitos, gusanos… Espere M19. Ya llega…

En el 74 nació el M19, Movimiento 19 de abril. Este grupo rebelde acusado de pertenecer a las clases medias y altas ilustradas del país, se levantó en armas y dejó su impronta en la historia reciente de Colombia. Se sumaba al resto de guerrillas que combatían contra el Estado en el campo, principalmente Farc, Eln, Epl, todas desplegando clandestinamente trabajo político en las ciudades del país.

El PC fue muy activo en los revoltosos años 70. Como adicionalmente la revolución parecía inminente por las múltiples movilizaciones en el país y en Medellín, se activó también la más cruda represión contra la rebeldía de parte del gobierno. A finales de los setenta vino el Estatuto de Seguridad. Cualquiera podía ser detenido por sospecha, los barrios eran limpiados de propaganda mediante allanamientos.

La madre de Miryam murió cuando ella tenía siete años, tiempo después de haber sufrido un derrame y quedado incapacitada. Como era la más pequeña, decidieron mandarla para donde la madrina en el barrio Aranjuez.

En el grupo Pioneros del PC los mayores iban guiando a los más jóvenes. Todos los sábados Miryam y sus hermanos iban a la sede del partido, que en ese entonces quedaba por donde hoy está la estación Prado del Metro, bajando hacia La Plaza Minorista. Sus hermanos mayores Ovidio, Inés y Memo eran de la Juventud Comunista (Juco). Ella era la cuarta hija, después de Memo, quién fuera el más famoso de todos sus hermanos como juglar, poeta, músico, actor y dramaturgo. Juan Guillermo Rúa, o Memo Rúa, autor de las Cartas a Tell y otras obras de teatro callejero, murió de un tumor cerebral en el año 87. En las marchas de aquel entonces salía siempre en zancos, vestido de parca.

Los niños Pioneros del PC trabajaban con cartillas, hacían lecturas de poesía, conciertos, tenían banda marcial. Más adelante Miryam entró a un grupo de estudio en el Centro de Estudios e Investigaciones Sociales (CEIS), también del PC. Fue donde leyó por primera vez la literatura prohibida y perseguida por el macartismo local: Marx, Engels, Lenin, los demonios rojos. Se estaban preparando para el trabajo político en los barrios más vulnerables de la ciudad. Miryam terminaría sus estudios en el Colegio Gilberto Alzate Avendaño, del barrio Aranjuez, famoso por su intensa actividad cultural y espíritu rebelde.

A los 16 años entró a estudiar Sociología a la Universidad Autónoma Latinoamericana, en el centro de la ciudad. Ya era ducha en trabajo comunitario. Conocía las necesidades de la Medellín marginal, de barrios como Villa Tina, El Salvador o Moravia.

El trabajo de Miryam siempre fue con los jóvenes y los niños, de entre los pobres, los más pobres. Por eso, su investigación final para obtener el título de socióloga lo hizo sobre los niños trabajadores de la Plaza Minorista, en compañía de su amiga Yolanda Palacio.

En la Universidad Autónoma tuvo buenos compañeros de estudio y buenos profesores. Uno de ellos trabajaba clandestinamente para el M19.

Iniciando los macabros años ochenta, los del CEIS proyectaban cine todos los sábados por la mañana en el Teatro Lido. El día que proyectaron El tambor de ojalata, de Volker Schlöndorff, a la salida del teatro, Miryam vio como una pareja que había salido también de la sala era obligada a abordar un jeep. Se armó un alboroto entre los que habían salido del teatro. Más tarde, en las noticias relacionaron el hecho con el secuestro, por parte de un comando del M19, de Martha Nieves Ochoa, hija de Fabio Ochoa, narcotraficante del Cartel de Medellín.

Esto propició que el Cartel creara el grupo paramilitar Muerte A Secuestradores (MAS), embrión de los paramilitares que asolarían el país durante las siguientes décadas.

La pareja fue liberada después, según supo Miryam. La atmósfera de opresión sobre el movimiento social se fue cerrando brutalmente. Sin embargo nadie quería quedarse encerrado en la casa, automarginado.

–La vida estaba afuera –me dijo cuando le pregunté si era muy duro andar por la calle en los años más duros de la persecución contra la izquierda.

A inicios de los años noventa el asesinato en la ciudad alcanzó records mundiales.

Las bandas en la Trece

En la Comuna 13 Miryam y su primer esposo pensaron que podrían tener un resto de vida tranquila, campestre. Sin embargo en Loma Hermosa estaba Nelson y su banda, miembros de una misma familia que había crecido sin nada, violentos, peligrosos. Y por la parte de abajo vivía un muchacho al que le decían El chavo, que tenía también su combo. Pronto las diferencias entre ambos grupos las fueron resolviendo a tiros. Por aquellos tiempos era costumbre que los mismos muchachos fabricaran sus armas, conocidas como “changón”, similares a escopetas recortadas de un solo tiro. Con ellas los muchachos hacían sus “vueltas”.

Por los años noventa la única presencia de los agentes de la Ley que se tenía en la zona era “La 315”, una patrulla de la policía de San Cristóbal que la gente temía, pues asociaban con desapariciones y violencia policial. Pero no había fuerza pública que combatiera éstos combos.

 

El restaurante

Hacia el año 93, Miryam Rúa ya hacía un trabajo activo en la Comuna. Como había muchos niños en el barrio que pasaban hambre, pues la mayoría de las familias eran pobres, se gestionó con la Alcaldía un programa de alimentación. En una casa situada junto a la vía hacia San Cristóbal una señora les prestó un salón sin ventanas ni puerta, con paredes de ladrillo, con suelo de baldosa, en donde fabricaron una mesa de madera para atender diariamente 30 niños, con media mañana y almuerzo.

El programa terminó en el gobierno local de Luis Pérez Gutiérrez, quien gobernó la ciudad de Medellín entre los años 2001-2003. Los años del avance paramilitar.

Muchos desmovilizados del M19 lograron cargos importantes y apoyaron la inversión social en la creciente Comuna 13, con el respaldo de líderes barriales como Miryam, que luego se hizo presidenta de la junta de acción comunal de Barrio Nuevo, en el año 1999.

En la Alcaldía les facilitaban un bus para que Miryam llevara los niños a las piscinas del Aeroparque Juan Pablo II. También les prestaban pantallas o sonido que usaban en eventos comunitarios en los que la junta de Barrio Nuevo recogía dinero a través de la venta de empanadas.

Por aquellos días diversas organizaciones extranjeras también aportaban recursos para los barrios marginales de Medellín, por ejemplo apadrinando niños, regalando kits escolares y uniformes.

Para Miryam el trabajo con los niños y los jóvenes era el más importante. Los niños proliferaban pues en cada casa de un barrio marginal lo común es tener no uno, ni dos, sino tres, cuatro, cinco o más niños. El restaurante comunitario que estaba a su cargo, prestaba un servicio enorme a estas familias al proporcionarles comida balanceada diariamente. Al principio, la secretaría de Bienestar Social al considerar el orden, el lugar y la necesidad, les dio para alimentar 30 niños. Luego, como el restaurante funcionó bien, aumentaron los cupos hasta 60. No le pagaban a la señora que ayudaba cocinando pero sí le daban un incentivo; a la dueña de la casa le pagaban por la luz y el agua. El restaurante duró desde el año 93 hasta el 2001.

Como a los jóvenes de las bandas también les daba hambre era común que fueran a solicitar su refrigerio. Si no les daban se enojaban y simplemente cogían la comida por las malas.

–Esos refrigerios no son para ustedes –les alcanzó a decir un día Miryam.

Pero no servía de nada. La cosa ocurrió varias veces. Uno de los que iba a pedir era Nelson, el más malacaroso de los de la banda de la parte alta, muy temido porque se decía que ya tenía varios muertos encima. Nelson era moreno y con la cara llena de cicatrices, era el que más perseguía a los muchachos del barrio. También se robaban los mercados de la gente, recién los descargaban del bus en La Caballeriza, la entrada para el barrio, cuando llegaban de mercar en San Cristóbal.

No contentos con ello, en las noches o tardes de ocio delictivo se metían a las casas a robarse los televisores o los equipos de sonido o lo que encontrasen. Sacaban hasta la comida de las neveras, si había nevera.

La violencia entre los mismos combos empezó a hacer que muchas madres no mandaran a sus hijos al restaurante, una de cuyas ventanas daba para un cafetal y la otra para las escalas que también eran muy destapadas, de modo que era fácil quedar desprotegidos en medio de una balacera.

Los del barrio de abajo, del Chavo, se daban bala en el mismo sector de Miryam, en Barrio Nuevo, que por ser una hondonada es conocida como El cañón.

 

Los justicieros locales

Una madrugada, cuando Mañoño estaba lavándose los dientes para irse a trabajar, le dispararon desde los cafetales, murió en el acto. Era un muchacho obrero del barrio. El rumor fue que lo había matado Nelson. La mujer de Mañoño estaba en embarazo y era de la junta de acción comunal.

La muerte del obrero hizo que algunas personas del barrio comenzaran a hablar con los milicianos de la parte baja de la Comuna, de El Salado, las Independencias, el 20 de Julio.

Eran varias las milicias: los Comandos Populares del Pueblo, CAP, que compartían territorios con las milicias de las Farc y las del Eln. Entre todas controlaron el territorio durante la década del 90. Aunque eran temerarias, no usaban el terror contra la comunidad, a la que, por el contrario, mostraban respeto.

El primer recuerdo que Miryam tiene de los milicianos fue cuando vio a un grupo grande de encapuchados que pasaron junto a su casa. En las noches empezaron a patrullar. Tenía una forma diferente de operar pues no les gustaba combatir junto a las casas. Encendían a bala a los combos en los morros, fuera del barrio.

Desde su casa, Miryan y su familia veían y escuchaban los disparos. Tanto los del Chavo, como los de Nelson, no sobrevivieron a la arremetida de los milicianos.

En la ciudad de Medellín existieron milicias a ambos lados del río, sobre las que hay muchas historias y algunos libros. Se sabe que éstas se comportaron de manera diferente en cada territorio. No siempre fueron benévolos ni dejaron historias de heroísmo, como sucede con todos los ejércitos irregulares.

Cuando la empresa de servicios públicos, EPM, comenzó a hacer el alcantarillado del sector, pues era una de sus principales problemas, mientras que en otros barrios de la Comuna 13 las milicias no permitían el ingreso de su personal, en Barrio Nuevo los milicianos los dejaron trabajar tranquilamente.

–¿Dejaban cortar los servicios a la gente?

–Sí, pero nunca vi que les pasara nada, aunque tenían miedo de que les cobrasen vacuna.

–¿Le tocó ver trabajo comunitario de las milicias?

–Sí, ellos hicieron una vez una fiesta de los niños y hacían recreaciones de vez en cuando, no sé si era porque se turnaban en diferentes barrios pero sí llegaron a hacer trabajos con los pelados. Claro que nosotros les reclamábamos para que no lo hicieran armados y hacían caso.

En su sector las milicias fueron independientes de la movida comunitaria, según Miryam, a quien siempre dejaron trabajar. Y nunca intentaron amedrentarla, cooptarla o pedirle dinero como se reporta que ocurrió en otras partes de la ciudad.

Muchos años después a las milicias las sindicaron de secuestrar, extorsionar, reclutar menores, presionar a líderes, operar con dineros destinados para las acciones comunales y usar a la población civil como escudo. Le hablo de esto a Miryam.

–Del tiempo que estuve allá, la verdad, reclutar menores, que haya visto, nunca vi. Que sino están acá entonces te tenés que ir del barrio, nunca lo vi. Y yo trabajaba con el grupo juvenil, con niños en edades entre ocho y quince años, eran alrededor de cuarenta jóvenes y nunca tuvimos ese problema.

 

Una zona estratégica

Desde la zona administrativa de la ciudad de Medellín, subiendo por la avenida San Juan, se llega a la Comuna 13. Allí se encuentra la vía que asciende serpeando, rodea la Comuna pasando por San Javier La Loma, llega al corregimiento de San Cristóbal y continúa sobre una montaña cuya cima se conoce como El boquerón, para descender después hacia el Río Cauca y a Santa Fe de Antioquia, antigua capital del departamento. La salida al mar por este lado era estrecha y era abrupta. Naturalmente, por allí entraban y salían toda clase de mercancías, legales e ilegales (como drogas y armas). Para evitar trepar hasta El Boquerón, se proyectó hacer un túnel de 4,6 kilómetros en la montaña y una doble calzada. De estas circunstancias geográficas se beneficiaban las milicias, que además robaban gasolina del ducto que pasa por San Cristóbal, negocio que continuaron los paramilitares al mando de alias Don Berna.

En 2002 los paramilitares fueron descolgando desde San Cristóbal, por esa misma vía. Venían desde la región de Urabá, donde ya habían hecho la guerra contra las guerrillas. Tenían orden de hacer tabula rasa en Medellín. No dejar ni el rastro del enemigo comunista. Fue así como los diversos grupos de milicias tuvieron que enfrentarse contra distintos bloques de paramilitares: el Bloque Metro, el Bloque José Luis Zuluaga, el Bloque Cacique Nutibara, imponiéndose éste último por la fuerza y por su exitoso trabajo de cooptación de bandas criminales como ejército mercenario.

La oscuridad sobre Barrio Nuevo

Desde antes se había extendido el rumor de que iban a llegar los paracos y que iban a arrasar con lo que encontraran, así fueran niños. El asesinato de la familia Paniagüa, durante la operación Mariscal, el 21 de mayo del 2002, marcó el inicio de la pesadilla. El enfrentamiento comenzó en la madrugada y duró hasta por la tarde, cuando la comunidad salió en masa a las calles agitando trapos blancos. El saldo fue de 9 muertos, tres menores de edad, al parecer todos civiles.

Pronto fueron constantes los enfrentamientos entre comandos milicianos y paramilitares, también en El cañón. Todos tenían que esconderse en sus casas, apretarse en la pieza más oculta y meterse bajo las camas. Salir a trabajar en las mañanas, y el regreso en las noches, era una aventura de vida o muerte.

Un día en la mañana, saliendo a llevar las niñas, en la carreterita por donde pasaba el bus, se encendió la plomacera y Miryam tuvo que salir corriendo con las niñas a resguardarse. Fue la vez que más cerca estuvieron de la muerte.

Los jóvenes del barrio que no se fueron, pues muchos se fueron, les tocó padecer el dilema de colaborar o no con los paramilitares. A quienes colaboraban y después sabían demasiado de las AUC dicen que los mataban también.

Miryam, de puertas para adentro

Varias veces visité a Miryam en su trabajo en una organización de derechos humanos con sede en el centro de Medellín. Por aquellos días ella estaba trabajando sin pago, pasando muchas penurias. Algún tiempo después de la muerte de su primer esposo, en 1991, volvió a casarse.

Aunque Miryam Rúa es socióloga dice que a su edad ya le resulta difícil conseguir un empleo. Lleva tres años en la misma organización, de secretaria, a pesar de su experiencia como líder barrial y los trabajos que ha ejecutado toda su vida con niños y adolescentes y comunidades.

–¿Cómo cambió su vida cuando empezó esa guerra entre paramilitares, ejército y milicias en la Comuna 13?

–Ya era el temor por mis hijas. Ellas eran muy animadas, pertenecían a los grupos de los niños, al grupo juvenil, las mayorcitas me colaboraban organizando las fiestas navideñas. En ese momento una tenía doce años y la otra once. La más pequeña tenía tres. Cuando llegó el terror pasábamos más encerradas en la casa. La tensión no me abandonaba en el trabajo, pues ellas no estudiaban en el sector sino que tenían que viajar diariamente hasta San Javier, hasta el colegio Lola González. La pequeña la dejaba en la guardería. Ya por la tarde llamaba a los vecinos para saber cómo estaba eso, que si calmado, que si con enfrentamientos. Muchas veces tocaba esperar hasta tarde para poder subir a la casa. Todos los días su salida del colegio era una tensión. Ellas estaban muy pequeñitas, a pesar de que uno les decía que se tiraran al suelo en caso de una balacera a veces a uno mismo se le olvidaba hacer eso. La vida nos cambió totalmente. Pasamos de la alegría de trabajar con la comunidad a la tensión, al miedo. Ya uno se aburría en la casa. Los fines de semana uno era encerrado esperando la balacera. Porque los disparos eran constantes y daban en el muro de la casa, pues quedaba en una esquinita.

Una mañana, durante la Operación Mariscal, iba una patrulla del ejército, acompañados del CTI y de un hombre encapuchado. En la calle, en el mismo lugar donde la comunidad celebraba la navidad y los torneos de micro y los eventos comunitarios, la tropa se encontró con un niño que al verlos y reconocer al hombre encapuchado, salió corriendo, asustado. Lo ametrallaron por la espalda, pensando que se trataba de un miliciano. El niño tenía 13 años, pertenecía al grupo juvenil de Miryam Rúa. Mucha gente salió de sus casas y vieron cómo el ejército acomodó un fusil junto al niño.

–Lo vi cuando estaba ahí tirado… Y luego escuché a un soldado decir que lo hacían pasar por miliciano y a ellos les daban 20 días de licencia y 100 mil pesos.

El niño se llamaba Mario Ríos. La madre, también cercana a la Junta de Acción Comunal, la desaparecieron en mayo de 2003, después de la Operación Orión. La última de las operaciones espectaculares de la fuerza pública en la Comuna 13.

No necesitamos líderes

Miryam no tenía descanso. Se levantaba a las cuatro de la mañana, dejaba el almuerzo hecho y la casa organizada, las niñas entraban a las siete a estudiar. Salían a las seis de la mañana, las niñas se quedaban en el colegio, la pequeña en la guardería y ella se iba a trabajar. Al mediodía, cuando las niñas salían de estudiar cogían el bus solas y en la casa una vecina, Marta, las recibía y las cuidaba hasta por la tarde. Miryam salía del trabajo, pasaba por la niña más pequeña y se iba para la casa. Cuando llegaba sus dos hijas mayores ya habían hecho sus tareas. Si de pronto había alguna actividad en el barrio salía a recorrer. Así era su vida cotidiana antes de la guerra.

Una noche un aguacero muy fuerte desbordó la quebrada La Leonarda, tumbó una casita y casi se lleva otra. Desde la junta Miryam auxilió a la familia pues tenía contacto con la gente de Prevención y Desastres del municipio. Organizaron un albergue en el patio de una casa con divisiones para las dos familias damnificadas. Fueron dos o tres meses que estuvo diariamente en función de estas familias. La oficina de Prevención y Desastres les daba alimentos, pero a veces había problemas de convivencia entre ellas.

También atendida otras actividades, como eventos culturales y recreativos en la canchita, que era a su vez el sitio preferido de Miryam en Barrio Nuevo. El lugar donde se reunía la comunidad en los momentos de celebración y alegría.

Un día llamaron por teléfono a casa de Miryam y ella contestó. Preguntaron por la presidenta de la Junta de Acción Comunal. Le dijeron que no necesitaban líderes. Era la vos de un paisa. Que se cuidara, que no necesitaban líderes. Una vos dura, violenta, de joven. Que no iban a tener compasión si habían niños, lo que fuera, iban a arrasar con niños y todo. Miryam les dijo, con valor sobrehumano:

–Tranquilos, aquí los esperamos.

Y colgaron.

O usted verá

Hacia el 24 junio de 2002, le dijeron que estaba en una lista negra, con otras personas de la junta. En la lista la había visto una amiga de un barrio vecino. Era una persona de confianza porque se habían acostumbrado a trabajar muy unidas entre los diversos sectores y barrios. Por ejemplo para los campeonatos de microfútbol.

Miryam no quiso dejar el barrio inmediatamente. Tampoco, como la mayoría de los que se quedaron, tenía para donde.

Entonces empezó a ver que los compañeros de la junta empezaron a irse. Primero se fue el muchacho de la tiendecita, luego dos señoras que vivían cerquita y colaboraban mucho, luego una señora con sus dos muchachas, la misma que después cometió el error de volver y fue desaparecida.

Miryam prácticamente esperó el ultimátum.

Eran poco más de las dos de la tarde del 26 de junio de 2002 cuando tocaron su puerta. Miryam abrió, como después de la puerta había un corredor sólo pudo ver al tipo de cabello largo, de unos treinta y cinco años, paisa, que jamás había visto y que se presentó como Lucas.

–Para informarle que se tiene que ir y no se puede llevar nada.

–Pero si las cosas son mías –le respondió Miryam.

–No se lleva nada. Y la vamos a vigilar para que no se lleve nada. Se va que necesitamos la casa y todo lo que tiene adentro. O usted verá, porque no nos importa que tenga niñas. Si quiere se queda, usted verá.

Además le dijo que conocían su historia. Sabían que era desmovilizada del M19.

Su esposo no estaba. Las niñas se pusieron a llorar. Un vecino que estaba por allí y escuchó la acusación le preguntó por qué dijeron eso de que había sido guerrillera. Ella le dijo que estaban inventado, que eso era bobada. Ya adentro, les dijo a las niñas que se calmaran, que se iban.

–¿Qué nos llevamos? –se preguntaron.

La mayorcita cogió las escrituras de la casa, la otra empacó dos fotos de ellas cuando estaban pequeñas y que habían mandado a ampliar y a enmarcar. Salieron con el uniforme del colegio puesto. Miryam no quiso llamar a su marido por que el rumor era que tenían los teléfonos interceptados. Que podían oír todas las conversaciones.

Hacía días su segundo esposo, y padre de la niña menor, le había dicho que se fueran. Ella era la que no había querido irse. Para su marido el barrio ya estaba en manos de los paramilitares, el gobierno se los había entregado.

La casa tomada

Luego de arribar a Bello, Antioquia, a una habitación estrecha, pasaron a otra un poco menos pequeña y luego a un apartamento. Que tuvieran donde dormir no hacía menos terrible su desplazamiento.

Mientras tanto las cosas en la Comuna 13 dejaron de ser comprensibles. Miryam se pudo ir pero otros se quedaron y terminaron muertos, enterrados en las laderas que hay a las afueras del barrio o bajo los escombros, como no se cansa de repetirlo el Movice (Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado) o Mujeres Caminando por la Verdad, organizaciones que durante estos años no dejaron que los gobiernos le echaran escombros al tema.

Como los paramilitares también sabían donde trabajaba, Miryan tuvo que abandonar su empleo en la Universidad Nacional, en labores organizativas, además de borrar sus rastros para no ser encontrada nuevamente.

En 2003, tras la desmovilización del Bloque Cacique Nutibara (173 hombres de la Comuna 13), a algunas personas les dijeron que podían volver al barrio, retomar sus casas ocupadas y después abandonadas por los paramilitares. Algunas personas volvieron y los cogieron y los desaparecieron.

A la madre de Mario Ríos, el niño ametrallado por la espalda, el falso positivo, la desaparecieron en Mayo del 2003, antes del día de la madre, recuerda Miryam. La señora era muy activa en la junta de acción comunal. Su familia se había ido del barrio con su esposo y sus hijas pero cuando le dijeron que le iban a devolver la casita, regresó. Se la llevaron, le tuvieron que zafar de la pierna a su hijo más pequeño que lloraba y gritaba.

–Dicen que hay mucha gente enterrada por el lado de La escombrera y también por los cafetales.

En el sitio conocido como La escombrera, los familiares de los desaparecidos dicen que era donde arrojaban a los muertos, que después quedaron enterrados a varios metros de profundidad bajo los escombros.

–¿Cuántas personas de las que usted conoció desaparecieron?

–Por ahí quince personas entre muertos y desaparecidos que trabajaron con nosotros. Mujeres cuatro, otra que después la encontraron picada con el esposo. Los cogieron cuando iban saliendo del barrio. También desaparecieron otras dos peladas que bajaron a coger el bus y no las volvieron a ver…

Los paramilitares decían a la gente que los estaban vigilando, que no podían hablar con las personas que habían expulsado del barrio. Mucha gente a la que le desaparecieron familiares nunca denunció por miedo. El terror aseguraba la impunidad.

Miryam tenía una amiga en el barrio que la llamaba apenas veía un movimiento raro en su casa. La llamó para decirle que varias personas se habían ido a vivir a ella. Que habían forzado la puerta y vivían con la puerta así abierta. La casa estaba equipada con todo lo necesario. Los identificaron como parte del Bloque Cacique Nutibara. Cuatro o cinco personas que diez días después empezaron a sacar las cosas para la calle y a llevárselas. Lo primero que se llevaron, escalas arriba, fue el sonido de la acción comunal (una consola y un amplificador). Cuentan que hicieron una cantina con ese sonido y que tronaba música popular hasta tarde en la noche.

Una amiga, Andrea[1], de Loma Hermosa, a quien Miryam le contó que no había podido sacar nada de las niñas, se ofreció a entrar en la casa por algunas cosas. Miryam le dio las llaves y ella se puso manos a la obra, pero cuando estaba abriendo la puerta de la casa, la vecina, recicladora, llamada doña Amparo, la increpó:

–¡Qué va a hacer ahí! ¡No puede entrar! ¿Quiere que la mate ese Lucas?

Entonces Andrea no pudo entrar por los uniformes de las niñas ni por los álbumes de fotografías familiares.

Sus cosas las empezaron a tirar fuera de la casa. Un joven de una familia a la que Miryam había ayudado como a todas las demás, que a su vez tenía un tío paramilitar, comenzó a patear objetos y a insultar a Miryam. Doña Amparo, dicen las vecinas, iba metiendo para su casa algunas cosas.

Lo que más le dolió a Miryam fue perder los libros, que no eran pocos. Alrededor de mil libros que eran la biblioteca escolar del barrio. Mejor, incluso, que la biblioteca de la escuela más cercana, el Liceo de Loma Hermosa. Tenía libros de historia, matemáticas, literatura, cuentos infantiles, enciclopedias ilustradas, donde los niños hacían las tareas. Por supuesto, también había literatura y textos de filosofía política, Marx, Lenin, Engels, Foucault, sus lecturas de universitaria. 

Los paramilitares iban sacando los libros y doña Amparo los iba entrando para su casa.

La vecina que le contaba todo a Miryam le dijo que fueron los vecinos que más ayudó quienes hablaban más pestes de ella.

 

Justicia aterrorizada

Como las cosas de la junta de acción comunal que los paras se estaban robando en realidad pertenecían al Municipio, Miryam Rúa fue a presentar una queja ante la Fiscalía, esperando que pudieran enviarla con la policía o en todo caso hicieran algo.

Pero en la Fiscalía le dijeron que ellos no se iban a meter allá, que no se querían hacer matar.

Quedó en la denuncia la lista de objetos que perdió.

Un día Miryam se encontró en el centro de la ciudad con Rocío[2], otra amiga del barrio, que le dijo muy asustada:

–Venga sentémonos por allí a conversar.

A ella sí le dio susto ver a Miryam por la calle, porque en el barrio también corría el rumor de que la habían matado. Tuvieron que hacerse por donde no pasara la gente que va para La Loma, porque la gente de La Loma podía agarrar el bus en todo el Parque Berrío, junto al Banco Popular, o por la Avenida de Greiff, junto a las Empresas Públicas. Se metieron a una cafetería en los bajos de la estación Berrío del Metro. Doña Rocío le dijo que se habían llevado todo. Y le dijo que doña Amparo, la vecina recicladora, se había quedado con muchas cosas.

–¿Sabe qué hice yo, y cuando quiera se las entrego? Fui por los cuernos y los agarré para cuidárselos. Para que no se los dañaran.

Los cuernos son plantas ornamentales con forma de cuernos de alce, muy frondosos. Miryam tenía varios colgados alrededor de la casa. 

Rocío le contó que habían arrancado el lavamanos y el baño, que desvalijaron todo, las puertas, los marcos. Las dos habitaciones altas en tapia las tumbaron, apenas quedó la habitación en ladrillo que habían construido para ampliar la casa.  

Varios años después, otra vecina la llamó a contarle que la vecina le había tirado escombros al terreno, además de basura y hasta lo estaba usando para criar pollos.  Que estaba perjudicando a la gente con todo eso. Miryam le ofreció a su amiga que tomara el predio pero esta no quiso porque ya una vez doña Amparo la había acusado con los paramilitares de estarse viendo con Miryam.

Algunos años después se enteró que doña Amparo había hecho unas escalas para subir a su segundo piso por el terreno de Miryam. Puso la denuncia y ésta vez sí le hicieron demoler las escaleras a la vecina.

El proceso

Como la Ley colombiana tiene el deber de proteger a su población desplazada merced al conflicto armado, la víctima puede denunciar su situación ante diversas instancias. Este recorrido puede ser infame.

Primero fue donde el funcionario de Prevención y Desastres, quien le dijo que fuera al Palacio de Justicia. Así fue como terminó haciendo un largo recorrido por   la Fiscalía, la Procuraduría y la Personería. Y en todas las oficinas contó su historia. Al funcionario del Palacio de Justicia le contó que ya le estaban chutando las cosas, que un vecino, sobrino de un para, la estaba insultando: “si quiera se fueron esos hijueputas”. Que se habían entrado forzando la puerta y estaban desvalijando la casa.

Por esos días dichas oficinas recibían muchas denuncias de la Comuna 13. En todas partes tomaban nota, firma, fecha. Hacían el documento. Tanto en la Fiscalía como en la Procuraduría pidió copia de la denuncia. No se la dieron. Radicadas las denuncias, no pasó nada.

Entonces, un hermano le recomendó a una abogada, que le recomendó a otra abogada. Se trataba de una profesional del Grupo Interdisciplinar de Derechos Humanos (GIDH), antiguamente conocido como el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos “Héctor Abad Gómez”, en honor a uno de sus fundadores, asesinado en el año 1987, entre muchos otros defensores caídos ese año.

En es época Miryam participó en la marcha por la vida que organizara el Comité Permanente, en protesta por los asesinatos políticos perpetrados contra el partido Unión Patriótica, la izquierda y los defensores de los derechos humanos. Vio al médico Abad Gómez encabezando la movilización. Días después, el 25 de agosto, también estuvo en la gran movilización que dejó sus restos en el cementerio. Done no podrían ya importunar a nadie con su activismo.

El Grupo Interdisciplinar de Derechos Humanos es parte de una red de organizaciones sociales que nunca dejaron de sembrar la alarma respecto a lo acontecido en la Comuna 13. Lo venían documentando. Curiosamente, el mismo 22 de octubre, día que se llevó a cabo la operación Orión, la abogada se encontraba ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunciando los atropellos de la Fuerza Pública, en connivencia con paramilitares, allí en la 13.

Cuando tomaron el caso de Miryam Eugenia Rúa, lo primero que hicieron fue ir al juzgado noveno a reclamar la denuncia radicada en la Fiscalía. La denuncia había sido archivada junto con las otras. Nunca se investigó su caso, como se comprobó después.

La denuncia tomaría vuelo, se iría hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Era el año 2004. Tres años después le dieron admisibilidad al caso.

“Los peticionarios alegan que el Estado es responsable por la violación del derecho a la integridad personal, a la libertad de asociación, a los derechos del niño, la circulación y la residencia, a la propiedad privada, a los derechos políticos, a las garantías judiciales y a la protección judicial, establecidos en la convención Americana sobre Derechos Humanos” (Petición admisibilidad, 27 de febrero de 2007).

El Estado colombiano hace parte de la Convención Americana sobre Derechos Humanos desde el 31 de julio de 1973, por lo que la Comisión tiene competencia para analizar el caso. Como éste fue notificado a la cancillería colombiana, sus abogados decidieron alegar ante la Corte Interamericana que el caso no era admisible por no agotarse los recursos internos.

En la Fiscalía seccional Medellín, la Fiscalía seccional 70 inició investigación por este desplazamiento y saqueo de vivienda (radicado 585.996). Para el 2004, el proceso se encontraba en “suspensión provisional”. Mientras que la Procuraduría no inició investigación alguna. Dos años después, señala la Comisión, el Estado no le había concedido el subsidio de vivienda que exigía la ley.

–Varias veces –narra Miryam– fui a Acción Social, que ahora es la Unidad de Víctimas y en varias ocasiones me negaron el ingreso al Registro Único de Víctimas. En una ocasión me mandaron una carta donde me preguntaban que cuáles eran los motivos ideológicos y políticos para que ellos (los paramilitares) me hubieran desplazado.

Cada carta que le enviaron era una prueba que adosó al folio que después fue a parar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El Estado colombiano aceptó la competencia de dicha Corte el 21 de julio de 1985.

En 2008, cuando iban para la audiencia en Washington, llamaron a la abogada para decirle que desde hace rato estaban buscando a Miryam para darle la ayuda humanitaria. Pero que sólo eran dos salarios mínimos (al valor del 2002), sumaban 608 mil pesos. Después, en mayo de 2014, cuando iban para la otra audiencia ésta vez en Costa Rica y el caso iba a pasar ya a la Corte Interamericana, le tramitaron el ingreso al Registro Único de Víctimas. ¡12 años después de haber sido desplazada!

Por esos mismos días la volvieron a llamar porque había solicitado la ayuda humanitaria a que tiene derecho por Ley, le desembolsaron 240 mil pesos.

El trámite del Sisben fue otro calvario.

De la Unidad de Atención UAO (Unidad de Atención y Orientación a población desplazada) de Tricentenario, al norte de la ciudad, la mandaron para la del barrio Buenos Aires, en el centro de la ciudad. De ahí para la del barrio Belencito, en la Comuna 13. De allí para el municipio de Envigado, al Sur del Valle de Aburrá. De allí para la Casa de Justicia del municipio de Itagüí. Allá había una oficina de atención a víctimas, un muchacho le recogió los papeles, que él los enviaba a Bogotá. No se volvió a saber nada.

En la secretaría de Bienestar Social de Envigado, sin embargo, le dijeron que le ayudaban. Se metieron al Sistema de la Unidad de Víctimas y le dijeron que efectivamente aparecía su nombre. Pero en vez de su familia aparecían dos nombres que ella no conocía. Tuvo que tramitar ante la Unidad de Victimas para que retiraran esas dos personas de su grupo familiar. Al final la afiliaron solo a ella y a la hija menor al Sisben, pero no a las otras dos, que se encuentran sin seguro por los días que esto se escribe.

–¿Qué siente -le pregunto a Miryam- cuando piensa en todos los trámites que debe realizar para que reconozcan sus situación legal?

–Prácticamente como si uno no existiera.

Y recuerda, inmediatamente después, asociando libremente las ideas, al ejército ayudando a la gente a montar sus cosas en un carro.

–Cárguele el colchón al vecino y lo monta al carro pa´ que se vaya –escuchó que le dijo un superior a un soldado.

Vieron al ejército como subalternos de los paramilitares. El Estado colombiano era victimario. ¿Qué podían esperar del Estado?

 

El Estado se escurre

Por su parte, el Estado, en el proceso de demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, declaró que no era responsable de nada. Los hechos se estaban investigando todavía y, en efecto, reconocían las complejidades de la Comuna 13, con la lista larga de delitos que allí se cometieron. Por encontrarse en etapa preliminar la investigación de los hechos, el Estado solicitó que se declarase inadmisible ante la Comisión la denuncia presentada por el GIDH.

Hacia el 2013 la Comisión había enviado unas recomendaciones al Estado colombiano, pero en el 2014 confirmó que no habían avanzado mucho ni en el esfuerzo por investigar ni en reparar a las víctimas.

 

Un viaje tormentoso

Para marzo de 2008 la Comisión citó a una audiencia en Washington a la que viajaron Miryam Rúa en compañía de Socorro Mosquera y Mery Naranjo, de la Asociación de Mujeres de las Independencias, AMI. Sus casos, con el del asesinato por paramilitares de la lideresa de la Comuna 13 María Teresa Yarce, se juntaron en la instancia internacional. Habían tenido que viajar a Bogotá para sacar la visa, que les otorgaron sin problema. Pero un día llamaron a doña Socorro a decirle, al parecer con fingido acento extranjero, que no podría viajar porque tenía un problema con la visa y que si salían serían devueltas desde Washington.

Mery Naranjo Jiménez, líder de AMI, respondió a las preguntas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pues fue testigo del asesinato de María Teresa Yarce y es víctima del desmantelamiento de las organizaciones sociales de la Comuna.

–¿Sufrió usted algún hostigamiento para la participación en esta audiencia?

–A las tres de la mañana salimos de viaje en un carro particular. Cuando pasamos por un sector de la autopista vimos que una moto arranca y nos sigue. Era una moto de la policía que nos sobrepasa. Más adelante había un retén de la policía en la autopista, pararon el carro, después de un rato se arrimaron al conductor y le dijeron que arrancara pero que anduviera despacio. Como era la autopista Medellín-Bogotá, una vía rápida, al conductor le pareció raro. Cuando llegamos a Guarne (municipio lindante con Medellín hacia el occidente) un carro se nos pegó. Apenas vio que lo notamos, nos rebasaron, mirándonos. Más adelante se detiene y levantan la tapa del motor, como si se hubieran varado. Cuando los pasamos vuelven a montarse y nos siguen. Cuando llegamos a las partidas para entrar al aeropuerto, que es una parte muy oscura, ellos se entran pero nosotros seguimos hasta Marinilla (el municipio siguiente). Una hora duramos embolatados, llegamos al aeropuerto a las cinco de la mañana. Todo eso me parece muy extraño.

–¿Tiene temor al venir a esta Comisión?

–Tengo más temor que antes porque en Colombia decir la verdad le cuesta la vida a la gente –respondió Luz Dary, con la voz quebrada de emoción.

Epílogo de cosas perdidas

La nevera, la estufa, la lavadora. Las camas, los peluches, los muñecos y demás juguetes de las niñas. Dos álbumes de fotografías con fotos de las niñas desde pequeñas, mes a mes. Las fotos de Miryam: cuando la bautizaron, en la Iglesia El Calvario en el barrio Campo Valdez, junto a sus padrinos. Sentada en una silla, en el columpio. Fotos de las niñas pequeñitas, cargándolas, fotos del trabajo con la comunidad, fotos de los hijos de los trabajadores de la Universidad Nacional en una chiva, con sus hijas, fotos de presentaciones de títeres o grupos de teatro, fotos con la comunidad en eventos, diciembres, las novenas, los adornos en las calles (casi siempre cadenetas de papel de colores), fotos de la comunidad trabajando, los convites para organizar las calles y caminos, barriendo las escalas, fotos con los niños en los paseos, en el restaurante. Las niñas aprendiendo a montar en triciclo, en bicicleta. Fotos de la casa en tapia, con el lavadero afuera, que después tumbaron y pasaron para adentro por la violencia, fotos con las niñas en la casa, fotos en la manga de Loma Hermosa elevando cometas, fotos del puente colgante que da con San Cristóbal, por el que solían pasar.

Fotos que los paramilitares debieron observar. Tuvieron que ver esas fotos a color, y recorrer las caritas felices, la historia del barrio y de una vida de trabajo comunitario.  

En 2008, seis años después de su expulsión, Miryam pudo volver a su antiguo barrio en compañía de la policía y la Personería, acompañando a unas personas de Suecia que querían escribir sobre el asunto. En el 2008 ya estaba destruida la casa. Al ver que donde estaba su casa no quedaba sino el mero terreno, Miryam lloró.

–Fue duro, duro llegar y ver solamente ese pedazo, lloré mucho rato.

Le dolió ver que el barrio estaba dejado, los caminos desorganizados, la manga crecida y la gente era desconocida. Las personas que la reconocían hasta les daba miedo saludarla.

Han pasado ocho años más y no ha vuelto desde entonces. Ni piensa volver.

Nota:

En decisión del 22 noviembre de 2016, publicada el 10 de enero de 2017, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condena al Estado colombiano por la violación de derechos de las lideresas de la Comuna 13 María del Socorro Mosquera Londoño, Mery del Socorro Naranjo Jiménez, Ana Teresa Yarce (asesinada), Luz Dary Ospina Bastidas y Miryam Eugenia Rúa Figueroa, imponiéndole obligaciones de reparación e investigación[3].

[1] Nombre cambiado.

[2] Nombre cambiado

[3] http://www.gidh.org/images/stories/sentencia_yarce_22_de_noviembre_2016.pdf

 

 

Del libro Parar la guerra, parir la paz, Desde Abajo, 2018. 

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