
Hay un escritor antioqueño anónimo, que se encuentra buscando bajo las piedras. Es un narrador vigoroso, como Barquillo (Jaime Espinel), en el cuento, pero en el largo aliento de la novela: Humberto Navarro Lince. Cachifo.
Lo vengo leyendo como creo que exigen los escritores salvajes, es decir, con la actitud de enjambre de langostas devorando un cultivo. Un escritor que a pesar del fracaso y las desdichas, del alcohol y la pobreza, nunca detuvo sus hostilidades literarias hasta su última novela: La casa del palomar del príncipe, joya de brillos crepusculares de la literatura antioqueña.
Lo que me interesa de reseñarlo es que no se puede conseguir casi nada en internet sobre él, ninguno de sus libros, lo que configura el fenómeno del escritor local no globalizado, que se pudre en las librerías y bibliotecas nacionales y quizá, con alguna suerte, en las librerías de viejo de argentina, donde fue editado por Lohlé.
Su estilo es abundante en quiebres, fugas, pesimismo (del bueno, señala Eduardo), inspiración poética, alturas, callejones sin salida. Siempre vuelve a la lucha, la lucha por el pan y el techo, la intemperie. La lucha de alguien que va tirando, llegando a empeñar incluso la máquina de escribir con que redactaba la obra dedicada y necesaria.
El carácter del Cachifo está todo desplegado en su literatura, un carácter sorpresivo, original, silvestre, investido de nobleza interior, búsqueda y amor por la experimentación permanente con la prosa que llega a ser su método de transmutación alquímica.
Aguirre, crítico destructivo de la cultura paisa, dijo: “Y en el orden concreto, una novela de singular belleza: “El amor en grupo”, de Humberto Navarro. El placer de este libro prodigioso justifica el nadaismo”.
Y en otra columna: “Navarro escribió una bella novela urbana, rara en este mundo rural: El amor en grupo, lo único que se puede rescatar de esa fanfarria del Nadaísmo”.
Germán Espinosa, que conversó con Lince en sus andanzas por Bogotá, en sus días de El automático, y cuanto cafetín literario y tertuliano hubiera: “dos novelas del memorable Humberto Navarro Lince, a quien todos llamábamos ‘Cachifo’, Alguien muere al grito de la garza y El amor en grupo, constituyen quizá los instantes más afortunados de la capilla (el Nadaísmo), pero jamás obtuvieron la difusión necesaria, pues sus compañeros de grupo, maliciando tal vez en ellos rezagos de literaturas tal vez ajenas al movimiento, no accedieron a darles la publicidad que sí acordaron a otros cofrades más bien mediocres”.
Y luego:
“Su sistema nervioso era como el cordaje de un arpa destemplada, bebía como un embrujado, y en la ebriedad, adoraba escandalizar a las gentes adustas. Carecía de todo sentido de la responsabilidad”.
“No era una persona que pudiera ajustarse a una conversación lógica: divagaba en forma constante, saltando de un tema a otro y de repente se ponía a hablar en alguna de las varias lenguas que dominaba”.
En líneas como las siguientes, los más famosos ironizaron sobre él: “que hablando seis idiomas no consigue hacerse entender”, se burló Jotamario Arbeláez, en su reseña.
Pero humildemente creo que las alturas narrativas que he trepado con el estilo de Cachifo lo muestra como uno de nuestros más feroces escritores salvajes, con Espinel y Dario Lemos.
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Hay como un derramamiento de sangre de hastío de carestía en la obra de Cachifo. De locura, se había fabricado un personaje público de Loco. Logró varias novelas y un libro de relatos, que según Espinoza no quiso promocionar (no asistió a la presentación que este le había organizado). En el fondo, no quería esa vida pública .
Graciela Perdomo, esposa y madre de sus dos hijos, cuenta en una crónica larga y vivida las tribulaciones de Cachifo (La eterna mudanza, Unaula, 2015) de Medellín a Bogotá y de Bogotá a Medellín y otras lides agenciándose el pan vendiendo antigüedades y cuadros y con el sable o buscando un tesoro con algún amigo con ayuda de un péndulo. Su vida novelada por su esposa es hermosa.
Las pocas páginas que se consiguen en internet y las citas de Graciela Perdomo dan cuenta de su talento narrativo. Para mí, en clave muy surrealista, usando la técnica del automatismo psíquico. En todo caso dejó una obra que invita a la relectura.
Salió de escena bajo la estrella del fracaso, pero su investidura de bardo mítico ya alumbraba de lejos.
“Quisimos hacer este mundo color rosa, aunque no se consiga una flor; pero a pesar del vitalismo que se desplegó en la empresa, la sociedad continuó y continuará en la maratón de su suicidio. No hay testamento para los profetas en estos climas mundiales. El que se ve más allá a la larga tiene que acudir al optómetra y poner sus visiones a paz y salvo en la ceguera del planeta”, escribió Lince.
“Yo odié siempre la lógica. Por eso estoy donde estoy: en el Nadaísmo, luchando contra la estupidez, pero no me quejo, pues el Nadaísmo es el pan miserable de la libertad”.
“Cachifo, defínete”, le dijo un amigo un día, “un ser que no encaja. Y que si alguna vez se incrusta, rodando lubricado y silencioso, enfermaría gravemente”.
Sobre su novela, Juego de espejos, dijo un Gonzaloarango de contratapa: “usa una prosa exuberante, torrentosa, lírica e irrevente como un amanecer”.
Cachifo practicó también la profecía, creo que con algún éxito: “Vamos hacia la barbarie tecnificada… Allí vamos bien montados, en briosos espejos, por el viento, por los aires; aligerándonos de cosas, hasta quedar sin deseos, y desnudos sin ideas, muriendo de tedio”.
Su asunto con los espejos en su antinovela (y todas lo son según Espinel) Juego de espejos, me deja inquieto:
“Simplemente ensombreciendo de tedio de los arreboles del atardecer. Después recibimos la nada satisfecha y magnífica, y ya muertos nuestros espíritus logrando pasar a través de los espejos”.
Sigo buscando pruebas de la existencia de HNL, revuelco viejas fotografías de artículos periodísticos de aquella época prodigiosa (años 60s, 70s), como las páginas de Nadaísmo 70 donde se halla un texto breve de Lince a propósito de la muerte de su padre.
Jaime Espinel, insigne cuentista Nadaísta, escribió en periódico El mundo de Medellín una amorosa reseña de su amigo, también estaba obnubilado como yo con la prosa de Lince: “pertenece a esos escritores más destinados para la gloria que para el éxito”.
“Quien vaya a buscar en sus antinovelas un mensaje directo no lo va a encontrar, porque lo que pretenden es enseñar y demostrar a través de los personajes que son retratos sicosociológicos, macrocosmos más doloroso y conmovedor que los fragmenta y opaca porque no les deja posibilidad de elegir”.
“Navarro narra con un lenguaje magistral, fluido; una prosa vigorosa e inesperada, cargada de alusiones a cuanta disciplina ha tenido y tiene que ver con el ser humano: astronomía, alquimia, homeopatía, bioquímica, política, magia y hermetismo, literatura, historia, arte, bordeando siempre el límite de la amargura característico del fragmentado hombre de hoy: lúcido pero impotente”.
“Los desadaptados, los derelictos ancianos, personajes oscuros y malditos y que convergen al granerito bogotano para beber, para reírse de no sé qué mientras se matan unos a otros como en “Ratas y hombres” de Steinbeck, por un mendrugo de pan. La muerte callejera del alcohólico puesta muy por delante de un país impecable, puro y limpio que acaba de asesinarlo”.
“Cachifo conoce la libertad de los hombres que se anticipan a su época en el oficio de la literatura”.


