Tejada el agitador bolchevique

“Un día, lo cuento porque ocurrió, Don Gabriel Cano me pidió que como amigo íntimo de Luis, a quien este atendía en sus demandas, le rogara que siguiera con sus crónicas literarias y dejara esos temas que no eran los de su cuerda”, cuenta su amigo el poeta Luis Vidales en su texto “Luis Tejada, un poeta del periodismo” (p. 416)*. Vidales no le dijo nada. 

Esos temas eran la lucha obrera, el antiimperialismo, la lucha de clases, la crítica a las castas oligárquicas que gobernaban el país de espaldas a los más pobres. En fin, los temas con los que el cronista había alcanzado la mayoría de edad tras su meteórica carrera en la prensa de Pereira, Bogotá, Barranquilla y Medellín. 

“Algún día me dijo: ‘he decidido dejar de escribir estas cosas; tenemos que organizar a las masas’” (p. 413). Y alcanzó a intentarlo. Con Vidales fundó el Partido Comunista Colombiano, hoy insignificante, sin líderes carismáticos, aunque con periódico: Voz Proletaria. El periodismo que practica tiene en Tejada su precursor.  

Puede que los lectores de Tejada pasemos de largo esta labor sistemática del periodista combativo, embriagados por “estos temas literarios” sobre cuanta pequeña cosa tenía por delante el autor. 

Sin embargo, es su obra  de madurez política la que encontró continuadores en el periodismo colombiano, en autores como García Márquez, Alfredo Molano, Arturo Álape, Juan José Hoyos. O en columnistas como Alberto Aguirre, también marxista-leninista. Es curioso que los llamados “mejores” hayan sido los más rojos. La prensa colombiana les debe sus mejores páginas. Resulta que esos temas eran los más necesarios y el resto de sus “crónicas humorísticas”, solo una manera de ganarse el pan sin moverse del escritorio.

Lo cierto es que tejada era un prosista tan calenturiento y extremista que no habría sobrevivido a las siguientes décadas de lucha política sino por milagro. Como revolucionario, sorprende que su pensamiento haya ido tan lejos (ni los exguerrilleros en el Congreso se consideran hoy día marxistas-leninistas, ni el presidente, que se dice socialista, subió allí para oprimir a los ricos, sino dizque para “profundizar el capitalismo”).  

No lo digo por el elogio de las armas, la guerra, el asesinato de curas, la antropofagia: “nada más lógico, más natural y hasta más conveniente” (p. 283); o la represión a la libertad de prensa, que “rellena de dinamita los vocablos” (p. 225), la crítica a la democracia o al parlamentarismo, tan vigentes. Su propuesta era la revolución, no las meras reformas, pues bastaba con afiliarse al partido Liberal: “Aquí hace falta la supresión violenta de ciertas libertades, para que la minoría educada y acomodada que es la única que ha podido gozarlas, adquiera una súbita idea completa de la angustiosa realidad nacional” (p. 224). Tejada quería la dictadura del proletariado. 

Sostenía, en “El patíbulo”, que “la pena de muerte no es justa y fecunda en bienes sino cuando se aplica a una idea abstracta, a un símbolo o a un régimen: el buen Luis XVI y el pobre Nicolás de Rusia, fueron indudablemente inocentes y puros; por sí mismos no merecían la muerte, pero sí la merecían como símbolos que eran de la Monarquía; matándolos se mató a un régimen, se labró un abismo necesario entre la tradición y la revolución” (p.78). 

Justificaba el asesinato político. ¿Quién se atrevería a tanto hoy día, al menos públicamente? Así lo entendieron siempre los capitalistas, oligarcas y terratenientes  y se guindaron a exterminar partidos políticos, líderes sociales, candidatos a la presidencia, como si se tratase de una plaga de cucarachas. 

Tejada advertía una hecatombe, la olía en el aire, que se resolvería en las sucesivas masacres que carcomerían la historia nacional: “No es posible que la cantidad de emoción, de violencia  y de ansia de venganza que la tiranía sistemática va a acumulando en el corazón de los pueblos permanezcan eternamente en estado de potencia; algún día tendrá que estallar, y cuanto más tarde, más enorme, avasalladora y terrible será la explosión” (p.148). Y vino la explosión, vino la sangre por oleadas, pero la revolución sigue en veremos. 

Naturalmente, lo sabía, escribía “a riesgo de merecer el reproche de las gentes sensatas” (p. 148). Era un profeta del apocalipsis de la burguesía colombiana. Las siguientes décadas de lucha guerrillera, que no han cesado, hallarían en él un apóstol furioso y un líder de cuidado: “La violencia sin restricciones es el único método eficaz para imponer un ideal” (citado por Casanova). 

Comenta erróneamente el biógrafo John Galán Casanova, que respecto al socialismo Tejada tenía “ideas un tanto vagas de cómo podrían llegar a establecerse”  (Boletín Cultural Bibliográfico, Vol 30, #33, 1993). Otro testimonio rinde Vidales, en su texto citado arriba: “la traducción y publicación y difusión del programa del partido comunista de la URSS; la estructuración de un correo de postas en gran parte del país; la primera ordenada penetración a los cuarteles, y descollantemente, la orientación marcada al movimiento hacia la conquista de la clase obrera, con logros en los sectores de ferrocarriles y de la construcción. Estas y otras búsquedas señalan a Luis Tejada como un líder real y nada literario”.  Ya estaba adoctrinando a la tropa. 

El marxismo-leninismo es un método de trabajo, teoría y praxis que Tejada aplicó sin ambigüedades.

Mutilarle al mejor cronista colombiano, como se ha dicho, su matiz político, es como extraerle el color a la sangre. Por esa línea, Víctor Bustamante escribió en su biografía Luis Tejada, una crónica para el cronista: “Lo político es la parte desechable del escritor, solo queda y se establece la actitud personal” (Bustamante, Babel, 1994, p.12). Pues todo lo contrario, lo que perduró en el tiempo, lo que hizo escuela, fue su uso del periodismo como arma de lucha política. El mismo Tejada responde, en texto titulado “El criterio antipolítico”: “si algo distingue al hombre civilizado del hombre bárbaro, ese algo es únicamente la sensibilidad política” (p. 220). 

Personalmente, no me aguanto sus inspiradas bagatelas, que como él mismo lo dice en una entrevista, “para entretener los ratos ociosos de las muchachas inteligentes”.  

Su más certero análisis es político. En aquel entonces, por ejemplo, describió la esencia del alma antioqueña más retardataria, en su texto “El socialismo en Antioquia”: “Los antioqueños son unos señores esencialmente reacios a todo lo que tienda directa o indirectamente a modificar el concepto clásico de propiedad, aun cuando sea en un sentido más unánime y justiciero” (p.107). Por eso fue la cuna del paramilitarismo. 

Tejada murió el mismo año que Lenin, a quien dedicó dos textos importantes. En uno reconocía que fue gracias a él que empezó a escribir con tinta roja: “he aprendido a descifrar el taciturno silencio de los obreros tiznados, que entre los crepúsculos rojos del anochecer, he visto desfilar a sus cubiles altos, incubadora de una necesaria y justificada venganza…”. Para él era “el único salvador del mundo” (p. 364). 

Fue un cronista rebelde en su tiempo y todavía en el nuestro, capaz de hacernos ver las cosas por su revés inesperado e insumiso. El capitalismo requiere enemigos con su imaginación transgresora, capaces de devolver a la palabra su poder revulsivo. No lo recordemos solo como el artífice de ingeniosos textos sobre nimiedades.  

* Todas las citas de Gotas de tinta, Instituto Colombiano de Cultura, 1977.

 

Publicado en Alma Mater, UdeA

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